Para el pueblo Kukama, como para otros pueblos indígenas, el corazón es la sede de los pensamientos y de las emociones. Ambos están íntimamente imbricados, no se pueden separar. Deja de ser una dupla para pasar a ser una unidad. Nos sitúa en un universo singular, con características específicas. Esta matriz genera posicionamientos propios que se necesitan tener en cuenta a la hora de abordar la hidrovía amazónica. El río excede las definiciones que se limitan a señalar un cauce o una corriente de agua continua. ¡Es mucho más! 
Al caer la tarde, los kukama utilizan el río como su lugar de aseo. Todo el mundo va a bañarse en él. El agua enfría los cuerpos y limpia las emociones. Cuando una persona está de cólera, y se baña en el río, la corriente se lleva la cólera. En una apretada síntesis, y con trazo grueso, señalamos que el remolino recoge la cólera. A través de él llega hasta los zúngaros. Los bancos, chamanes kukama, mantienen una relación especial con los zúngaros. De esta manera se produce, lo que hemos denominado en otro lugar, el “flujo cósmico de la cólera” o la “cadena interespecie de la cólera”. En breve. El río es, también, un lugar de sentimientos.
En cambio, cuando el Estado peruano promueve la hidrovía amazónica piensa desde parámetros ajenos a los pueblos indígenas. Como si los pueblos indígenas no fueran peruanos. Recoge una cosmología, la Occidental, y la presenta como la única vigente en Perú, ocasionando una fuerte discriminación a los pueblos indígenas.
Para Occidente, desde la aparición de la Modernidad, se produce una escisión entre razón y emoción. La emoción queda relegada. El cosmos viene a ser una máquina. Durante siglos se privilegia la cognición. Uno de sus inventos fue el Coeficiente Intelectual (C.I.), como una de las herramientas que utiliza para aumentar la producción. Sin embargo, en las últimas décadas se ha venido desgastando, hasta producirse una saturación del mismo. El capitalismo, para seguir creciendo, necesitaba nuevos utillajes. Así, capitaneados por los “psi” (psicólogos, psicoterapeutas, psiquiatras…) se rescataron las emociones como una fuente de inspiración, extendiendo un manto emotivo sobre la realidad. Ellos ayudaron a trocar el C.I. en Coeficiente Emocional (C.E.). Empresas como L’Oreal, entre otras muchísimas, comprobaron que sus trabajadores, contratados bajo el C.E., rendían más y aumentaban su productividad. Este modelo se ha extendido a toda la sociedad. No sólo empresas, el Estado, las iglesias, los partidos políticos, las ONGs…, se han rendido incondicionalmente a este nuevo diosecillo, dando paso a un “capitalismo emocional”.
La escisión, entre cognición y emoción, conlleva dos estrategias diferenciadas. Por un lado, la cognición. Así tenemos que, ante la ausencia de estudios científicos sobre el comportamiento del lecho de los ríos, el Estado peruano acelera la aprobación de la hidrovía, como en una cita a ciegas. Es como si se permitiera que los conductores manejaran con los ojos vendados bajo el pretexto que en el futuro habrá carros inteligentes, inviables al día de hoy. El Estado peruano decidió no afrontar el tema cognitivo.
Por otro lado, el personal que selecciona para dirigir los procesos de consulta es reclutado bajo los criterios de los “psi”. Se privilegian “nuevas virtudes” como la empatía, la resistencia a las presiones, el control de las emociones, las buenas maneras… Todas ellas compatibles y afines a este “capitalismo emocional”.
En esta misma órbita, incluimos unas breves palabras sobre la comunicación [1]. El lenguaje no es neutro y está transido de ideología. La tan cacareada “comunicación”, y su énfasis en el diálogo, parece ser un modelo para occidentales (también para nacidos y residentes en Lima o Iquitos, por nombrar sólo dos ciudades). Sin embargo, en pueblos indígenas se privilegia la predación. En la conversación no se trata de llegar a acuerdos, como para los occidentales, entre quienes nos incluimos, sino de hacer valer la posición propia. Para ello se utiliza la persuasión y el tiempo necesarios. El manejo del tiempo y las diversas ideologías del lenguaje son asuntos demasiado importantes para guardarlos en el cajón del olvido.
No falta quien se sitúa en el paradigma de la “convivialidad”. Este modelo explica algunos comportamientos, privilegiando todo lo que genera continuidad y formas de vida apacibles. Sin embargo, nosotros hemos preferido acudir a la “predación”. Predación en sus múltiples vertientes: como víctimas (Urarina), como dóciles (Shawi), como agresores (Achuar), por indicar únicamente tres pueblos indígenas. Predación que, en los tres casos propuestos, utilizan en beneficio propio, dirigiendo el proceso los propios indígenas, desde su punto de vista.
En resumidas cuentas, el Estado evita la razón a la hora de afrontar los cambios en el lecho de los ríos. Para ello se necesitan estudios previos, hoy por hoy inexistentes, como una línea de base para los Estudios de Impacto Ambiental y Social. Los evita porque sabe que, en tiempos de cambio climático, le serían un inconveniente para sus propósitos. De ahí que acelere el proceso de la hidrovía. Nos parece ingenuo aprobar unos Términos de Referencia (TdR) antes de conocer el comportamiento del lecho de los ríos. De otro lado, selecciona el personal que dirija estos procesos de consulta con las nuevas virtudes diseñadas por los “psi”, afines a este capitalismo emocional que tantos buenos beneficios económicos le reportan. En fin, un Estado que se mantiene dentro de la ruptura entre cognición y emoción, privilegiando esta última para sus propósitos. Y unos pueblos indígenas que aúnan cognición y emoción. La pesca no es únicamente un asunto cognitivo (lugares, métodos, horarios… de pesca), sino también emotivo (el olor a pescado, para el pueblo kukama, trasciende esta pequeña nota). Queda insinuada la diferente manera de percibir las emociones en unos y otros. El “flujo cósmico de la cólera” o la “cadena interespecie de la cólera” no hacen sino recordarnos la diferente visión de lo que es un río. Este capitalismo emocional es, cuando menos, esquizofrénico, pero tremendamente efectivo en cuanto reporta beneficios para los de siempre.
Para terminar, quisiéramos recomendar, afable y gratamente, una visión diferente a la nuestra: ponderada, mesurada y agradecida. Una reflexión llevada a cabo por Isabel Urrutia Villanueva enhttp://www.justiciaviva.org.pe/blog/los-nuevos-viejos-retos-de-la-consulta-previa-y-estrategias-para-atenderlos-una-mirada-al-caso-hidrovia-amazonica/ Su lectura nos ha provocado esta conversación entre nosotros, que ahora compartimos.

[1] Señalamos dos anotaciones: 1.- En los mitos, los animales conversan. Un poco más lejos: los Runa de Avila (Ecuador) afirman que los perros hablan como los “humanos”. La conversación no es exclusiva de los “humanos”, “gente”. No falta quien afirma que el habla de otros pueblos no es humana. 2.- Desde una teología cristiana: el grito antecede a la conversación (el sufrimiento injusto precede al diálogo).