En mayo 2014 la rotura del
Oleoducto Nor-peruano a la altura de la quebrada Cuninico afectó a la población
kukama de los distritos de Urarinas, Parinari y Nauta, en la provincia y
departamento de Loreto, en el área de amortiguamiento de la Reserva Nacional Pacaya
Samiria. Este acontecimiento nos estimula a la siguiente reflexión.
Hemos pensado que en el
fondo hay un problema de discriminación brutal: no somos ciudadanos. Por tanto,
no podemos tomar decisiones por nosotros mismos, ni contribuir a los debates
donde se toman tales decisiones, no somos tomados en cuenta. Sin embargo, vamos
a dar una vuelta de tuerca más, apurando el argumento hasta su raíz.
No ha faltado quien
hablando del refugiado percibe una ruptura entre el hombre y el ciudadano que
trasluce la crisis del Estado-nación. De esta manera ha surgido una “masa
residente estable de no-ciudadanos” que los Estados ni gestionan ni
administran, mientras el capital se sirve de ellos como mano de obra barata.
Esto nos da pie a nosotros para pensar que la “narrativa de la negación”
utilizada por los criollos en la independencia del Perú fue una coartada
perfecta para excluir a los indígenas. Esta ausencia de los indígenas nos
permite comprender que el fallo no es sobre el ser ciudadano, sino sobre el
mismo concepto de persona. No se trata únicamente de incorporar a los indígenas
a la ciudadanía, sino de cuestionar la misma noción de persona.
Para los
occidentales la persona es un animal con la posición erguida, la mano prensil y
un mayor tamaño y complejidad del cerebro, entre otros. Sin embargo, para los
indígenas la persona puede ser gente como nosotros, espíritu o animal, todo a
la vez o simultáneamente. Las relaciones sociales configuran el tipo de persona
que soy: si me relaciono preferentemente con espíritus, terminaré
convirtiéndome en un espíritu, previa transformación pasando por la muerte. Si
me relaciono con los animales acabaré por convertirme en un animal. Ahí están
los relatos de personas que han sido robados por la huangana. Otro ejemplo de
lo mismo son las narraciones de cazadores que, al momento de disparar a la
presa, escuchan: “no dispares, soy gente”. De igual manera un afecto jaguar
puede hacer de mi que me convierta en un jaguar…
Por su parte los
indígenas consideran que ser persona depende de categorías como la cercanía,
las relaciones sexuales y el compartir la comida, entre otras. Estas tres
experiencias básicas definen qué clase de persona soy: gente, animal o
espíritu. La cercanía no es únicamente compartir el mismo espacio, por reducido
que sea. La cercanía implica contacto, pero también, y sobre todo, afecto. De
ahí que sea tan importante extraer los piojos: es una forma de afectividad que
vehicula, por si fuera poco, el pensamiento. Las relaciones sexuales se
producen en la intimidad y estrechan los lazos de la pareja. Son marcas de una
persona sobre otra. La pareja no está hecha, sobre todo los primeros años, hay
que construirla y las relaciones sexuales ayudan en esta construcción. De igual
manera la comida. Comer con alguien o compartir la comida con alguien implica
familiaridad, cariño. Alimentar a alguien es un antídoto poderoso contra el
olvido.
Los ingenieros de
Petroperú mantienen la proximidad física, no les queda más remedio, no tanto el
afecto. La rotación continua de ingenieros evita este contacto reiterado y
estimación. Incluso algunas compañías aconsejan cierto desapego para evitar
problemas. Desconocemos en este sentido los códigos que maneja Petroperú.
Esperemos que eviten las relaciones sexuales. Y de darse, no dejamos de señalar
que se producen relaciones de poder en ellas: étnicas, de género, status…
Comprobaremos posteriormente si nacen niños cuyos padres no los quieren
reconocer. Y la comida, los ingenieros de Petroperú comerán latas de atún…,
pero a los indígenas se les indigestan y les hacen daño en forma de alergias.
Mientras que su comida preferida, el pescado, tendrá que ser evitado mucho más
allá de la permanencia de Petroperú en la comunidad. Esta forma de comer
diferente no genera simpatía, cercanía, familiaridad, cariño, ni afecto, sino
olvido. Y tal vez se trate de eso, de olvidar. Los ingenieros de Petroperú
podrán fácilmente olvidarse cuando salgan de la zona. A los indígenas les
costará más tiempo y esfuerzo olvidarse de un daño que les han causado e
impactado fuertemente en su economía, parentesco y vida. Aunque fácilmente
podrán olvidarse de los ingenieros que rehuyeron lazos más estrechos para
evitar mayores compromisos.
Regresando a la
idea del Estado-nación[1]
procedente de una “narrativa de la negación”, que, con procedimientos
jurídicos, en la práctica, excluye a los indígenas, más aún a las mujeres
indígenas. De ahí, que no haya habido una supervisión del trabajo realizado por
Petroperú en Cuninico hasta que el programa Panorama no destapó graves
irregularidades. Cuando no se pudo ocultar el escándalo y “los ciudadanos”
estaban indignados de lo sucedido con los indígenas es que el Estado-nación
comienza a actuar. Esperemos que sea con contundencia. Pero hay más ejemplos. Un
fiscal, en los primeros días de conocido el derrame, tuvo el atrevimiento de
dirigirse a la población de Cuninico, que esperaba su orientación, con las
siguientes palabras: “yo he venido a supervisar, no he venido a escucharles a ustedes”.
¿No les parece que con este comportamiento está haciendo méritos para su ascenso?
Miembros de la OEFA
(Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental), en su primer viaje, pasean
por la comunidad de Cuninico sin identificarse, como quien pasea por su casa.
Este comportamiento es especialmente grave en pueblos indígenas donde lo
primero que debe hacer una persona es identificarse y explicar los motivos de
su visita. Estos y otros destellos de soberbia, altanería y vanidad propios del
Estado no están fuera de lugar sino que retratan perfectamente la crisis en la
que estamos inmersos: la exclusión de los pueblos indígenas en este
Estado-nación.
Apurando un poco
más, y esperemos que no se les indigeste. ¿No queda en entredicho el Estado de
derecho cuando se envía a los trabajadores a sumergirse dentro del crudo sin
ninguna protección especial, por 8 horas diarias durante varios días,
desconociendo las leyes laborales? Insistimos, ¿no queda en entredicho el
Estado de derecho cuando algunos de esos trabajadores, siendo menores de edad,
con conocimiento de Petroperú, son enviados a ese trabajo peligroso? ¿No
generan estos comportamientos anomia? ¿Y no es la pulsión anómica una de las
características del Estado de excepción? Dejamos constancia, aunque sea como
interrogante.
[1] En realidad cada pueblo indígena amazónico es una nación, por lo tanto
habría que matizar y hablar de un Estado y varias naciones. En la práctica el
Estado peruano se presenta como un Estado-nación, desconociendo las
singularidades propias y negando las naciones en su interior. Sin embargo, para
nuestro argumento no es necesario en este momento mayor desarrollo de este
tema.
Apostilla: la
serie de normativas, hace poco aprobadas, para fortalecer la inversión no es
sino una forma de “desnacionalización”: poner el orden jurídico nacional al
servicio de los capitales transnacionales. Otra manera de atacar la idea de
Estado-nación, esta vez desde el propio Estado, por implosión.
© Parroquia Santa Rita de Castilla, julio 2014
P. Miguel Ángel Cadenas P.
Manolo Berjón
Parroquia Santa Rita de
Castilla Parroquia
Santa Rita de Castilla
Río Marañón Río
Marañón
No hay comentarios. :
Publicar un comentario