¡¡Levántate abuelo!!
Aún no se pescar.
¡¡Levántate!!
Enséñame, antes de partir, a cruzar el
río.
Cura mi brazo débil con tu soplo y que sea rojo y fuerte como el paiche.
Enséñame a caminar en el monte y a
conversar con las plantas, los animales y los peces.
Antes de partir ve a la chacra y a la
cocha con la abuela, dile que no estará sola.
Se ha muerto el abuelo Miguel.
Alrededor de su frío cuerpo lloran unos
tímidos y opacos lamparines.
Su velorio es multitudinario, y su
partida un río sin fondo.
Cerquita a su cuerpo un caminito, al
final del camino el río, su canoa y su remo.
Nada ha dejado el abuelo Miguel, porque
lo que tenía era de todos, así era feliz.
Se fue sin decir adiós porque él no
sabía de adioses y despedidas.
Cuando el agua crecía y se terminaba la
noche, el abuelo se fue nomás.
Un domingo de abril le enterraron, él no
lo supo, porque ya se había ido.
En una lomita de tierra le enterraron,
en la restinga y él no dijo nada.
Su silencio parecía silenciarlo todo,
parecía tragarse las penas de todos.
Al pie de dos árboles de caoba le
sembraron, lloraron las caobas,
Y le abrazaron y le acogieron y le
dijeron ¡¡Abuelo!! ¡¡Abuelito!!
Se ha muerto el abuelo Miguel.
Vivía feliz en el Samiria, tomando
masato, sembrando, soñando, teniendo hijos y nietos.
La abuela ve el horizonte y sus lágrimas
no cesan, sus ojos brillan como cochas encantadas.
La mitad de su vida se ha ido, se le ha
secado un poco el alma.
La abuela recuerda cómo luchó junto al
abuelo cuando les quitaron sus tierras.
Cuando les prohibieron cazar en su
propio huerto.
Se ha muerto el abuelo Miguel.
Contaba tristes historias de cuando
llegaron los blancos.
Suspiraba profundamente, se miraba en el
río, con los dedos se peinaba,
sonreía y por un momento se veía feliz.
Se ha muerto el abuelo Miguel.
Ya no habrá mañanitas cuñusqueras para
él, se secaron las tinajas de masato.
Ya no habrá amaneceres y atardeceres
para él, le cerraron el río y el cielo.
Se ha muerto el abuelo Miguel.
Leonardo Tello IMaina
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