Mediados de abril 2012. La
creciente de los ríos amazónicos es muy alta. Las conversaciones giran en torno
a la falta de alimentos y la situación complicada que vendrá en los meses de
junio-setiembre. Hay pocos enterramientos de yuca. Este año la gente no se ha
prevenido. El futuro inmediato se presenta complicado. Hay que prepararse para
lo que viene. La Municipalidad
Distrital de Parinari compra un innecesario deslizador con un
200 HP, justo cuando la gente necesita alimentos. La revocatoria es aprobada en
el distrito de Urarinas. El representante de Defensa Civil de Loreto-Nauta no
traslada los datos de la creciente a nivel nacional.
Mayo. Una ONG internacional, a la
que denominaremos Pelagio, para evitar dar su nombre, se interesa por la
situación del Marañón. Llega con buenas intenciones. Posee la inteligencia
suficiente para escuchar. Pero rápidamente se da cuenta que no sólo está
superado por la realidad a la que se enfrenta, sino que el rebasamiento al que
es sometido le deja fuera de juego. A pesar de todo decide intervenir, “con
nuestra pequeña aportación”.
En el viaje de ida a Santa Rita
de Castilla, a petición nuestra, atraca en varias comunidades para conversar
con la gente. Percibe una realidad a la que no está acostumbrado. En Santa Rita
mantenemos conversaciones que le van cambiando el perfil de la situación. En todo
momento se muestra abierto a lo que le decimos. Superado por la realidad nos
dice que él no puede solucionar el problema, pero que intentará aportar algo. Nuestra
postura es innegociable: o hay apoyo para todas las comunidades, o mejor no
apoye a nadie. Todas son todas. Al calor de la conversación introducimos una
pequeña observación: preferentemente niños y mujeres embarazadas.
Ha permanecido tres días en Santa
Rita de Castilla. Le contactamos con las organizaciones indígenas de la zona y
las autoridades distritales. A la Municipalidad le prometió que iban a ayudarles a
presentar los datos de la inundación para ser incluidos en el Sistema Nacional
de Defensa Civil y abrir la posibilidad de la ayuda estatal. No sabemos en qué
ha quedado todo eso.
De regreso a Nauta, Pelagio
concierta una reunión con las autoridades provinciales para contarles lo que ha
visto en su viaje y la necesidad de apoyo alimentario. Ante su propuesta
alimentaria, Pelagio se da de bruces con el racismo feroz: “esas comidas son de
cholos”. Encaja como puede esa realidad brutal y pese a la puerta cerrada
espera que en la región se comprenda mejor la situación. En Iquitos se enfrenta
con el COE, “ustedes no saben nada de lo que está sucediendo a nivel regional,
solo han mirado la ciudad”, otra puerta cerrada.
Viaja a Lima. A los 15 días quedó
en retornar para estudiar la posible intervención. Pasa el tiempo, no hay
respuesta. Estamos visitando una comunidad lejana y nos avisan de una llamada.
Al otro lado del hilo telefónico aparece la voz suave y comprensiva de Pelagio.
El teléfono es público. Un grupo de mujeres están jugando bingo al lado. La
conversación se vuelve insulsa: “sí”, “no”. No se puede hablar de apoyo
alimentario por teléfono cuando la gente tiene necesidad. Por encima de todo
debemos ser prudentes. Pelagio se ratifica en que la ayuda va a ser efectiva,
aunque no del volumen que se necesita.
Sigue pasando el tiempo. El
tiempo es lo único que poseen los pobres. Los hombres grises, pese a la
advertencia de Momo, todavía no pueden comprar el tiempo. A mediados de julio
suena de nuevo el teléfono: “lo sentimos mucho, no puedo ayudarles. Mis jefes
no ven con buenos ojos una intervención tan pequeña y no tenemos más posibilidad
de gasto. Así que en otra oportunidad será. Ciao”.
El voluntarismo y las buenas
intenciones no son suficientes. Gracias a Dios, nosotros provenimos de una
tradición que ya debatió estos asuntos en los s. IV-V d.C. Pelagio era un buen
cristiano que afirmaba, entre otras muchas cosas, no necesitar la gracia de
Dios para actuar y vivir bien. “Todo depende de nosotros”. La iglesia reaccionó
ante este voluntarismo, con Agustín de Hipona a la cabeza, afirmando con los
pies a ras de suelo, que humanos somos y el pecado forma parte de nuestra
existencia. Pero no todo es pecado, ni mucho menos. Es la gracia de Dios la que
nos permite vivir, confiando en Él, con entera libertad y dignidad. Advertidos
estamos del voluntarismo y las buenas intenciones. O con un adagio: “el
infierno está empedrado de buenas intenciones”.
Además de solicitar ayuda
humanitaria, a Pelagio le insistimos hasta la saciedad en llamar la atención
del Estado, es su obligación para con sus ciudadanos, y en trabajar a nivel
simbólico. Es necesario valorar las comidas de vaciante. Un evento con Gastón
Acurio u otro(s) afamado(s) cocinero(s) podría(n) dar un espaldarazo para que
los pueblos indígenas, fuertemente discriminados, encuentren en la tradición la
mejor solución a sus dificultades, como ha hecho el pueblo tupí por miles de
años. No sabemos si Pelagio ha llevado a la práctica estas propuestas. Seguimos
esperando junto a la gente y sus organizaciones indígenas. Nosotros también
tenemos tiempo suficiente, seguiremos esperando aguijoneados por un Reino de
Dios que recibimos gratis y al cual queremos responder con nuestro trabajo.
P. Miguel Angel Cadenas P.
Manolo Berjón
Parroquia Santa Rita de Castilla Parroquia Santa
Rita de Castilla
Río Marañón Río
Marañón
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