Manolo
Berjón
Miguel Ángel
Cadenas
Parroquia
Santa Rita de Castilla
Río
Marañón
Para
Rusbel Casternoque y, en él,
a
todos los participantes
en
el XIII Congreso de ACODECOSPAT
La confusión puede ser creativa con tal que sepamos manejarnos en medio de ella. Los amantes del orden no la pueden comprender, se sienten perdidos, indefensos, sin herramientas para poder domesticarla, menos para vivir en medio de ella. Pero hay quien del caos primigenio puede ordenar el cosmos. El tohu babohu [= caos, confusión] bíblico da origen a la creación. Pero es Dios quien realiza este paso.
© Parroquia Sta. Rita de Castilla, Octubre 2014.
Conducía el debate
una abogada que, inteligentemente, no se dejaba desbordar y mantenía viva la
discusión. Su mejor carta fue la metodología participativa y el hacer viva la
reflexión pesada. El ardor de la discusión provocaba tener todos los sentidos
alertas. No sólo el oído, era importante disposición espacial que permitía
mirarnos las caras, los comentarios en voz baja, la tensión de los
participantes, los rostros de los funcionarios estatales presentes y, por
momentos, su indiferencia.
Son muchas las
vetas discursivas, imposibles de abordar todas a la vez. Razón por la cual nos
vamos a centrar en “qué es una nación”. No somos quienes para abordar una
pregunta tan compleja, si lo hacemos no es por atrevimiento sino como eco de lo
suscitado en el Congreso. Por supuesto, como todo en esta vida, se puede y debe
opinar de otra manera. El presente escrito es tan solo un balbuceo, nada
terminado. Un estar en medio del caos y la confusión. No pretendemos ordenarlo,
no somos Dios. Humildemente buscamos un sentido que nos permita mantenernos en
medio de este tohu babohu.
Varios funcionarios
estatales, en otro momento del Congreso, insistían que “todos somos Estado”.
Pues no, no estamos de acuerdo. El Estado es una forma de gobierno de las
naciones, países, comunidades o como demonios queramos utilizar estos términos
polisémicos. Pero no nos dejemos enredar antes de tiempo. Volvamos a nuestro
hilo: qué es una nación.
A pesar de que hay
definiciones para dar y tomar, de una manera simple y sencilla, definimos una
“nación” como un grupo de personas que viven en un territorio, con una historia
común, una cultura y una lengua. Si aceptamos esta definición es evidente que
Perú no es una nación. A no ser que demos por bueno el relato construido a
partir de la “independencia” donde los pueblos indígenas se quedaron al margen
del proceso. La misma constitución reconoce el carácter pluricultural…
© Parroquia Sta. Rita de Castilla, Octubre 2014.
Cuando los
participantes apelaban al Convenio 169 estaban haciendo referencia a que el
relato hegemónico de la independencia no es el único. Los pueblos indígenas se
retrotraen a la creación de este “mito independentista” que impone una
“narrativa de la negación”. Una narrativa que excluye a los pueblos indígenas
de “la construcción de la nación”. Se impone un deber de “deconstrucción de
este relato hegemónico” para dar cabida a otras voces que no están presentes en
el centro. El centro, cuando no tiene la habilidad suficiente, se convierte en
el único relato moral, epistemológico y político. Pretende cohesionar y lo que
consigue es legitimar la homogeneización. Es lógico, razonable y saludable que
las periferias reclamen su atención.
Un abordaje
diferente plantearía la relación entre la mayoría y las diversas y múltiples
minorías. Abordar la minoría como única no deja de ser otro relato homogenizador.
En el caso del Perú, las minorías son múltiples, heterogéneas, dispersas e
incluso diaspóricas, fluidas, y en ocasiones dispersantes, centrífugas. Ciertamente
las minorías no pueden imponer su visión, pero la democracia se valora por el
trato que proporciona a sus minorías. Si estas son silenciadas o
invisibilizadas la democracia se convierte en una quimera fáctica con una
apariencia de mecanismos participativos que legitiman un “proceso negador”,
generando una narrativa truncada.
Algunas
organizaciones indígenas, insertas en un “proceso conversacional” con el
gobierno, y dados los pocos reflejos del mismo, se están empezando a plantear
el derecho a la libre determinación y el autogobierno [Declaración ONU sobre
los Derechos de los Pueblos Indígenas art. 3-4]. Si aceptamos que el proceso
independentista de 1821 es un “relato excluyente” de la diversidad indígena, nos
vemos abocados a una conversación donde el Estado blanco no se impone a sus
minorías sino que permite diversas formas de estructuración política. En este
sentido, Perú no sería una nación, menos un Estado-nación, sino un Estado con
varias naciones en su interior con diversas historias, múltiples lenguas y
territorios y disímiles culturas.
“Los limeños
también tienen derecho al petróleo” de la selva, no hay duda. Pero en
condiciones honorables para los pueblos indígenas, algo que se olvida en la
capital. De todos es conocido que un niño indígena, en la práctica, tiene menos
derechos que el resto de ciudadanos peruanos. Su acceso a la educación, salud,
trabajo… siempre está en peores condiciones. De lo que podemos “presumir”
únicamente es del elevado y peligroso nivel de contaminación. Y ya está bien,
ya es suficiente. Pensar el Estado desde estas naciones indígenas es un asunto
de primer orden y necesidad, un abordaje poco realizado hasta la fecha.
A quien le suene
demasiado fuerte aplicar el término nación a los diversos pueblos indígenas
basta con recordarle que la misma idea del Estado-nación está en
cuestionamiento por la misma globalización. A estas alturas el Estado-nación
sólo sirve para revisar las maletas de inocentes turistas en los aeropuertos,
no para el comercio de armas; para la adquisición de un pasaporte, no para
productos provenientes de determinados países con los que se suprimieron los
aranceles; para las modestas sumas de dinero, no para los grandes capitales que
desgravan; para las leyes, más adecuadas al mercado internacional que a los
propios ciudadanos. Un ejemplo: los paquetazos ambientales que implosionan la
propia idea de Estado-nación.
© Parroquia Sta. Rita de
Castilla, Octubre 2014.
A nosotros nos toca
habitar este espacio del tohu babohu,
es Dios quien genera el paso del caos a la creación. Una interpretación
creyente podría mantenerse en medio de esta confusión como una categoría
básica, como un barro generativo que da origen al orden, donde el alfarero no
son seres humanos, sino el propio Dios. Aunque en esta misma interpretación
creyente, Dios no es un Deus ex maquina,
sino que alienta las mejores creaciones humanas que se convierten en
co-creación de Dios.
Santa
Rita de Castilla, 25 octubre 2014
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