Por: Barbara Fraser, Investigadora para la Iniciativa de Reportajes Especiales de Mongabay (Traducción de Eddy Del Carmen)
Lagos encantados y colinas mágicas: cómo las historias tradicionales apoyan a la conservación y la abundancia
Esas palabras, proferidas infinidad de veces por los cuentacuentos indígenas amazónicos, hacen borrosa la frontera entre los humanos y otras criaturas en los bosques y ríos, revelando una visión diferente de la manera en que los mundos humanos y no humanos se entrelazan.
“No puedes hablar acerca de conservación sin hablar acerca de lagos encantados”, dice Leonardo Tella Imaina, el director de Radio Ucamara en este pueblo, puerto y río de Nauta, en el Amazonas peruano del nordeste.
El hijo de un padre kukama y una madre achuar, Tello, nació en una isla en el Río Marañón que hoy ya no existe, removida por el cambio de las aguas. Cuando era un niño, escuchó a su padre y a otros contar historias de las cochas encantadas—o lagos encantados- en las que un pescador avaricioso podía desaparecer si tomaba demasiados peces. También escuchó historias de lugares donde alguien que transgrediera las reglas no escritas acerca de cazar animales o recolectar plantas podía ser devorado por el buri buri, un mono de dos caras.
En villas junto al Río Marañón, mucha gente kukama todavía recuerda cómo sus familias fueron desalojadas del enorme humedal que se convirtió en la Reserva Pacaya-Samiria. La tristeza, el resentimiento y la resignación tiñen sus palabras cuando lo discuten. El saber que la caza y la pesca son permitidas en partes de la reserva no compensa la pérdida de sus tierras tradicionales.
Las historias construyen el respeto por los recursos
Pudo haber sido diferente si los conservacionistas hubieran escuchado las historias.
“Las iniciativas para proteger el ambiente son consideradas desde un punto de vista técnico, que es lo que los expertos técnicos han estudiado. Y está bien que lo hayan estudiado, pero cometen un grave error al excluir las maneras tradicionales del respeto a la naturaleza,” dice Tello.
Entre estos caminos se encuentran los lagos encantados—lugares donde se permite que un pescador tome tanto como necesite para el sustento de su familia, pero no más.
“Nunca te dicen cuánto es mucho,” dice Tello. “Y tienes que irte inmediatamente después—no puedes quedarte mucho tiempo en los lagos encantados, porque eso significaría que eres avaricioso.”
Si un pescador se queda más tiempo, la madre o espíritu del lago—la cual puede tomar la forma de una gran boa, caimán u otro animal— puede tragárselo y hacerlo desaparecer para siempre.
Mientras que los pescadores pueden hacer uso limitado de algunos lugares encantados, otros lugares, incluyendo salegares y charcas donde se congregan los animales, están completamente fuera de los límites.
“Hay una serie de historias, contadas por un padre, que las aprendió de su padre, y de ellas aprendes que no debes ir a esos lugares” dice Tello, cuyo equipo de radio ha recolectado historias contadas por miembros de comunidades río abajo y río arriba. “Es una forma de establecer una relación de respeto en la manera en que los recursos son usados.”
Y si es imposible señalar la precisa localización de un lago encantado, eso no importa.
“Lo importante es el poder de la historia” explica Tello. “Es una forma de transmitir reglas respecto al comportamiento y la actitud, y normas para las relaciones entre las comunidades y los lugares, como los lagos,para asegurar que haya abundancia.”
Estas historias tradicionales, sin embargo, están bajo asedio.
Las reglas no escritas comenzaron a venirse abajo unas pocas de décadas atrás, bajo las embestidas de comerciantes que traían continuamente mercancías tales como machetes u ollas de metal a cambio de carne de animales salvajes, madera o peces. Los indígenas, que originalmente cazaron y pescaron para su subsistencia, empezaron a tentarse por el trueque comercial.
Después, los guardias de los parques y las leyes que limitan las capturas de los pescadores y cazadores, fueron empujando fuera las historias mágicas de los lagos encantados.
Aun así, la sabiduría ambiental impregna esas historias. Y algunos conservadores han empezado a escuchar.
Cuando las comunidades a lo largo de los ríos Ampiyacu, Apayacu y Putumayo empezaron a trabajar con la institución sin fines de lucro: Instituto del Bien Común (IBC) para mapear los lugares donde pescaban, cazaban y recolectaban otros materiales del bosque, señalaron un área a la que nunca se aventuraron.
En lo profundo del territorio que las comunidades buscaron proteger, estaba el lugar habitado por la madre de los animales. Éste es el espíritu que protege a los animales salvajes, permitiéndoles prosperar y reproducirse de tal modo que la cacería permanezca abundante, de acuerdo al director ejecutivo del IBC, Richard Chase Smith.
Incidentemente, esa área también rodea las cabeceras de muchos ríos. Y cuando el Field Musuem of Chicago hizo una rápida valoración de los vertebrados en el área, encontró la más alta concentración de mamíferos justo donde la madre de los animales supuestamente mora, dice Smith.
Como resultado de esos estudios y el mapeo, las comunidades y el gobierno diseñaron un plan de conservación para el área que consiste en dos áreas regionales de conservación, donde los miembros de la comunidad pueden cazar, pescar, cortar árboles y cosechar las frondas de las palmas para sus techos, mientras sigan los planes de administración.
Espíritu en el corazón del parque
En el corazón del área, las comunidades han propuesto la creación de un parque nacional, la categoría más alta de restricción en el sistema nacional de Perú de áreas protegidas. El parque, el cual todavía hace falta sea oficialmente designado, protegería el lugar dondee la madre ode los animales reside. Esto aseguraría que las cabeceras de los ríos permanecieren sin tocar por los cazadores, pescadores o proyectos de desarrollo.
La gente tacana en la región baja del departamento de Bolivia de La Paz, habla sobre un lugar similar, un área accidentada que los cazadores evitan. Cualquiera que se acerque es vuelto atrás por truenos y relámpagos, explica Constantino Nay, administrador general de la compañía de turismo operada por su comunidad de San Miguel del Alba.
“Es un lugar sagrado,” dice. “La gente le teme.”
Esa área—la cual, como la de Perú, protege las cabeceras de los ríos—se volvió parte del Parque Nacional Madidi, del cual una pequeña parte se traslapa sobre la tierra de los tacana.
Nay recuerda a su madre manteniendo una cuenta de las cabezas o colas de los animales que la familia había comido, como una manera de llevar la pista de su dieta. Aunque probablemente ella no habría usado la palabra, era también una manera de monitorear la salud del ecosistema evaluando el número y condición de los animales cazados, apunta él.
En los tiempos actuales, “las leyes son escritas en un escritorio” y los biólogos cuentan los animales, dice Nay. Pero su gente recuerda la colina sagrada, justo como la gente de Tello recuerda los lagos encantados.
En Bolivia, esa tradición hizo más fácil para la gente aceptar las restricciones en la caza y la pesca impuestas por el personal del parque nacional.
Sin embargo, a lo largo del Río Marañón de Perú donde los kukama fueron expulsados de la reserva Pacaya-Samiria, los resentimientos son más profundos. Si los planificadores del parque hubieran escuchado las historias y buscado una introducción local en el diseño de la reserva, quizá la respuesta hubiera sido diferente.
Pero en la memoria de la gente, al menos, los lagos encantados permanecen.
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